A comienzos del S.XX, Frederick W. Taylor propuso una serie de estrategias en vistas a doblegar aquello que parecía ser uno de los principales males de la época en EE.UU. y otros centros industriales: la falta de eficiencia; problema que implicaría tanto a empresarios como a empleados dados sus "intereses antagónicos". La obra de Taylor fue criticada recurrentemente por varios motivos; no obstante se lo identificó como uno de los gestores de la racionalidad aplicada al mundo del trabajo. Por nuestra parte reconocemos esa cualidad, a la vez que sostenemos nuestros propios criterios (por citar un ejemplo: no pensamos en un antagonismo entre los métodos empíricos, artesanales y los científicos, sino, más bien, proponemos integrarlos); pero, más allá de ello, en esta oportunidad, nos interesa puntualmente llamar la atención sobre su entusiasmo al suponer que aquellas propuestas tendrían utilidad de magnitud: "pueden aplicarse con la misma eficacia a todas las actividades sociales, al management de nuestros hogares, de nuestras explotaciones agrícolas, de nuestros negocios sean grandes o pequeños, de nuestras iglesias, de nuestras instituciones filantrópicas, de nuestras universidades y de nuestros departamentos gubernamentales" (Management científico. Hispamérica. Madrid. 1984). Dicha conceptualización invita a reflexionar sobre las posibilidades de acercar logros del conocer científico a diferentes actores sociales para mejorar sus emprendimientos (muchas veces frustrados por falencias técnicas). Veamos, desde esta óptica, algunas cuestiones.
Básicamente, “un proyecto es un grupo de tareas orientadas a crear un producto o servicio únicos. Estas tareas son ejecutadas por un equipo en un periodo de tiempo definido y organizadas bajo la dirección de un gerente”. Así, la administración de proyectos conforma un "proceso por el cual se define, se inicia y se controla el desarrollo para alcanzar una conclusión en forma exitosa” (Curso PM. EAN-IIAP. Buenos Aires. 2007). Ahora bien, resulta pertinente aclarar que si bien la elaboración de proyectos ha sido durante mucho tiempo identificada con una actividad compleja y de rigor científico, progresivamente, desde distintos ámbitos, se han propuesto alternativas que permiten hacer más amigables sus principios de cara a la resolución de problemas corrientes (sin desmerecer el rol de técnicos altamente calificados para casos de mayor complejidad). Un ejemplo de ello es la propuesta de los Programas Locales Participativos, destinados a convocar a distintos actores sociales: “Formular un proyecto es imaginar y ordenar los diferentes pasos de la acción futura con el objetivo de llegar a la situación deseada por medio de un conjunto de actividades ordenadas... con recursos determinados y dentro de un plazo definido. El proyecto se plantea para expresar claramente el camino que se seguirá... el conjunto de actividades que se propone realizar, de manera articulada, con el fin de producir determinados bienes o servicios capaces de satisfacer necesidades...”. Para este tipo de emprendimientos suelen considerarse pasos como los siguientes: Convocatoria a la comunidad/ Diagnóstico participativo/ Identificación y priorización de los problemas/ Esclarecimiento de las causas/ Elección de estrategias y actividades/ Listado de recursos disponibles/ Cálculo de presupuesto/ Otros. Los ejes temáticos sugeridos reflejan un abanico amplio de asuntos de interés comunitario: Salud materno-infantil, Salud sexual y reproductiva, Salud y ambiente, Problemas prevalentes en salud, Tercera edad, Discapacidad, Violencia, Adolescencia (Proyectos locales participativos. Ministerio de Salud de la Nación Argentina. 2006).
En fin, pensamos que las extrapolaciones indiscriminadas sobre las personas y los grupos resultan contraproducentes; pero una articulación entre fines, objetivos y metas de distintas organizaciones sociales y los lineamientos básicos de la administración de proyectos, se impone más bien como pertinente.
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