A comienzos del S.XX, Frederick W. Taylor propuso una serie de estrategias en vistas a doblegar aquello que parecía ser uno de los principales males de la época en EE.UU. y otros centros industriales: la falta de eficiencia; problema que implicaría tanto a empresarios como a empleados dados sus "intereses antagónicos". La obra de Taylor fue criticada recurrentemente por varios motivos; no obstante se lo identificó como uno de los gestores de la racionalidad aplicada al mundo del trabajo. Por nuestra parte reconocemos esa cualidad, a la vez que sostenemos nuestros propios criterios (por citar un ejemplo: no pensamos en un antagonismo entre los métodos empíricos, artesanales y los científicos, sino, más bien, proponemos integrarlos); pero, más allá de ello, en esta oportunidad, nos interesa puntualmente llamar la atención sobre su entusiasmo al suponer que aquellas propuestas tendrían utilidad de magnitud: "pueden aplicarse con la misma eficacia a todas las actividades sociales, al management de nuestros hogares, de nuestras explotaciones agrícolas, de nuestros negocios sean grandes o pequeños, de nuestras iglesias, de nuestras instituciones filantrópicas, de nuestras universidades y de nuestros departamentos gubernamentales" (Management científico. Hispamérica. Madrid. 1984). Dicha conceptualización invita a reflexionar sobre las posibilidades de acercar logros del conocer científico a diferentes actores sociales para mejorar sus emprendimientos (muchas veces frustrados por falencias técnicas). Veamos, desde esta óptica, algunas cuestiones.